Cañada de Metlac o Citlaltépetl, 1897
La belleza de la geografía mexicana ha sido retratada por muchos artistas, pero sin duda, el mayor maestro paisajista de nuestro país es José María Velasco. En su obra converge la monumentalidad del paisaje y la reproducción detallada y minuciosa de cada especie de planta, roca, nube… Con un estilo único y con más de trescientas obras, su legado es símbolo de la identidad nacional mexicana.
José María Velasco
De lo monumental a lo minúsculo
José María Velasco nació el 6 de julio de 1840 en Temazcalcingo, un pequeño pueblo del Estado de México. En 1849, su familia decidió trasladarse a la Ciudad de México para hacer crecer el negocio de venta de ropa que tenían. Súbitamente, y sólo cinco meses después de la mudanza, murió su padre, víctima de una epidemia de cólera que acechaba a la ciudad. A los nueve años, frente a su madre y sus cuatro hermanos menores, José María se vio forzado a trabajar. Durante el día, ayudaba en la tienda de su tío haciendo nudos a las puntas de los rebozos, y durante la tarde, asistía al Colegio Lancasteriano de Santa Catarina Mártir, donde descubrió su talento y pasión por el dibujo.
Temascalcingo, 1909
En 1855, gracias a sus habilidades artísticas, consiguió un lugar en la escuela de Bellas Artes. Comenzó a estudiar en la Academia de San Carlos, a donde sólo asistía por las noches debido a la situación económica de su familia. Allí conoció al maestro que marcaría su carrera, Eugenio Landesio, paisajista italiano del Romanticismo.
Landesio no sólo le transmitió el interés por los paisajes, también lo impulsó a estudiar a detalle todo lo que pintara, solía instarlo a presentarse ante la Naturaleza como alumno y no como maestro. Velasco, convencido de que no podría retratar algo que no conociera a detalle, empezó a estudiar anatomía, botánica, zoología, minerología, física, arquitectura, geografía y matemáticas. Todo esto lo hacía con entusiasmo y dedicación, desde pequeño se había interesado en la naturaleza y disfrutaba investigando plantas y animales con su hermano Idelfonso (quien más tarde se convertiría en médico y colaboraría con él en algunas investigaciones).
A los dieciocho años, José María se convirtió en profesor de perspectiva en la Academia de San Carlos, pero se mantuvo activo en diferentes empleos para poder subsanar los gastos de su madre y sus hermanos.
En 1860, cuando José María estaba a punto de abandonar sus estudios por falta de recursos, Landesio y Santiago Redbull lanzaron un concurso en la Academia cuyo premio era una pensión. Velasco lo ganó con su obra: Patio del ex-convento de San Agustín. Este evento marcó el fin a sus preocupaciones y el inicio definitivo de su carrera profesional.
A partir de ese momento, Velasco dedicó todos sus esfuerzos a perfeccionar su estilo pictórico y se metió de lleno al estudio de las ciencias naturales.
Fue hasta 1868, trece años después de haber ingresado a la Academia de San Carlos, que terminó su formación, dejó de ser alumno, pero se mantuvo como profesor. Ese mismo año, se casó con su amiga de infancia Luz Sánchez Armas Galindo e ingresó a la Sociedad Mexicana de Historia Natural por su contribución a la obra La flora en el Valle de México.
¿Pintor y científico o científico y pintor?
Contribuciones al estudio de las ciencias naturales
Velasco solía participar en las expediciones científicas, gran observador, comenzó realizando láminas que servían de apoyo gráfico para los artículos de otros autores que trataban temas de botánica, zoología, geología y paleontología. Sin embargo, rápidamente emprendió sus propias investigaciones, destacan sus estudios sobre cactáceas, colibríes y sobre el ajolote mexicano, al que dedicó trece años de trabajo. Sobre este último, detalló su metamorfosis, su sistema respiratorio e incluso, en 1874 descubrió una nueva especie: el Siredon Tigrina o, como se conoce ahora en su honor, Ambystoma Velasci.
“Los ajolotes pueden vivir en el agua y transformarse a cualquier edad. Su metamorfosis se debe al instinto que el Creador ha dado a estos seres para efectuarla en el momento adecuado”.
“Que haya yo encontrado cinco ejemplares sobre la tierra es una verdadera casualidad. Dos de ellos fueron vomitados por dos culebras que se los habían tragado”.
Su labor lo llevó a ser elegido presidente de la Sociedad Mexicana de Historia Natural en 1881. Sus aportaciones a la ciencia continuaron a lo largo de su vida, tanto sus investigaciones, como sus ilustraciones fueron fuente de estudio en diferentes ámbitos. Además de haber ilustrado numerosas publicaciones científicas, como dibujante oficial del Museo de Arqueología, realizó reproducciones de códices y dibujos de muchas piezas; para el Instituto Geológico Mexicano, realizó estampas con detalles de la evolución de la flora y la fauna a través de las eras geológicas. En suma, su trabajo contribuyó significativamente al avance científico del siglo XIX en el país.
Pintor del Valle de México
En 1873, José María comenzó la recreación del Valle de México, le fascinaban las vistas desde las alturas, a vuelo de pájaro. Subía a las laderas, instalaba una tienda para resguardar sus lienzos y empezaba a buscar el mejor ángulo para retratar la cuenca, el lago, la ciudad y la sierra nevada. Lo hizo muchas veces, desde distintas colinas y cerros, pero sobre todo desde el norte de la ciudad, desde las elevaciones cercanas a la Villa de Guadalupe, que era donde él vivía.
Una de las obras más destacadas de esta serie es Valle de México visto desde el Cerro de Santa Isabel, de 1875, una de sus favoritas y con las que ganó múltiples premios. En la Exposición Universal de París de 1878 le encargaron siete copias, una de ellas fue regalada al Papa León XIII y hasta la fecha permanece en el Vaticano.
En ella se muestra la maestría de Velasco para retratar la amplitud del horizonte, la inmensidad de la cuenca de México, la transparencia del cielo y, al mismo tiempo, el minucioso detalle de las rocas y plantas típicas de la zona. Sin embargo, la obra no parece dedicada a la magnificencia de la naturaleza, sino a los detalles que la vuelven local, al rastro humano que permite dimensionar el espacio. En un primer plano vemos a una mujer con dos pequeños, acompañados de dos perros. Una escena costumbrista que captura la esencia del México de su época. Especialistas señalan que es muy probable que se trate de una proyección biográfica.
Valle de México de 1877 es otra de sus obras maestras. En este lienzo, en contraste con la versión de 1875, abandona los colores rojizos y se centra en la transparencia del ambiente. El movimiento lo captura a través del águila que vuela sosteniendo a su presa, un pequeño pájaro rojo. Simbólicamente, se considera que esta obra representa la identidad nacional mexicana. A partir de la reproducción detallada de la naturaleza, Velasco exalta la belleza del paisaje y lo presenta como un símbolo de la grandeza nacional.
Esta pintura no será la única que retrate elementos relacionados con la identidad mexicana. A través de la geografía, Velasco plasmó en toda su obra el proceso de consolidación de México como un país independiente, directa o indirectamente, en sus lienzos se pueden leer los eventos históricos más relevantes de su época.
Contexto histórico del artista
Siglo XIX
Consolidación de México como nación independiente
José María Velasco vivió en una época de profunda inestabilidad política, fue testigo de acontecimientos como la Intervención estadounidense, el despojo de la mitad del territorio norte, la dictadura de Santa Anna, las Leyes de Reforma, el Segundo Imperio mexicano, la dictadura de Porfirio Díaz y el inicio de la Revolución mexicana. Aunque sutilmente, el simbolismo de sus pinturas dan cuenta de estos momentos históricos.
En un contexto donde conservadores y liberales se enfretaban permanentemente, las circunstancias hicieron que Velasco se viera envuelto en controversias que tuvo que sortear con diplomacia. Una muestra de esto ocurrió en 1873, cuando su maestro, Landesio, se negó a firmar su adhesión a las Leyes de Reforma y tuvo que dejar su puesto como docente en la Academia de San Carlos. Naturalmente, Velasco, su mejor alumno, tendría que haber tomado su lugar inmediatamente, pero al ser considerado demasiado conservador, le bloquearon el paso durante algunos años.
A pesar de nunca haber manifestado una postura política definida, se le relacionaba con personajes del contexto sociopolítico. Algunas veces esto le trajo ventajas, otras veces lo perjudicó, sobre todo al final de su vida. En realidad, esas relaciones sólo eran consecuencias naturales de su entorno como artista y académico, poco tenían que ver con sus convicciones.
Durante el Segundo Imperio Mexicano (1864-1867)
En 1864, Napoleón III intentó instaurar una monarquía en México, y nombró emperadores a Maximiliano de Habsburgo y a Carlota de Bélgica. Como pintor destacado de la época, Velasco tuvo cierto contacto con la pareja real, tres de sus obras son testimonio de esta época.
Aún siendo estudiante de la Academia de San Carlos, en 1864, Velasco participó en el Concurso anual de Bellas Artes, donde presentó su cuadro La caza, inspirado en sus lecturas sobre el México precolombino. Como reconocimiento, recibió, de manos de Maximiliano de Habsburgo, la medalla de plata.
La Alameda de 1866, probablemente el mejor lienzo escolar de Velasco, también está relacionado con el Segundo imperio. Se cuenta que en él, retrató a Carlota después de un paseo a caballo. Este lugar era uno de los favoritos de la emperatriz, se sabe que ella contribuyó a embellecerlo con esculturas y flores.
Mucho tiempo después, en 1901, Velasco le regaló la obra Cerro de las Campanas a la comitiva austriaca que vino a construir una capilla en el lugar donde fue fusilado Maximiliano; en agradecimiento, el gobierno austriaco le otorgó la Cruz de la Orden de Caballero de Francisco José de Austria.
Durante el Porfiriato (1876-1911)
Además de haber sido asignado dibujante oficial del Museo de Antropología por Porfirio Díaz, durante su mandato, siempre fue elegido para representar a México en eventos internacionales.
En 1889, fue nombrado jefe de la delegación mexicana que se presentaría en la Exposición Universal de París, le pidieron presentara su obra en el Pabellón de México; las sesenta y ocho pinturas que exhibió tuvieron tal éxito que recibió múltiples reconocimientos. Al respecto, le escribió a su esposa:
“Ayer he recibido la Condecoración de Caballero de la Legión de Honor, es una recompensa que me honra mucho […] No comprendo cómo el Gobierno de Francia pudo fijarse en mí para darme tan gran distinción”.
“… los cuadros míos han producido mucho efecto, agradan bastante y se han sorprendido de ver que en México se puedan pintar estas obras que juzgan de bastante mérito”.
Atrapado entre Liberales y Conservadores
Velasco era un hombre católico, pero también nacionalista. En 1887, el Cardenal de Oaxaca le pidió realizar una pintura de la Catedral, para mandársela al Papa León XII por el jubileo de ese año. En contraste, en 1889, pintó una obra dedicada a Guelatao, el pueblo de origen de Benito Juárez. Hay quienes piensan que este segundo trabajo fue un intento de reconciliación con los liberales, pero lo cierto es que, más allá de afinidades políticas, lo que Velasco buscaba era plasmar todos los matices de un México en formación.
Catedral de Oaxaca,1887
Vista de Guelatao, 1889
Con el paso del tiempo la obra de Velasco se ha liberado de toda esa carga política, a final de cuentas, lo único que hizo a lo largo de su vida fue retratar el panorama geográfico e histórico de su época.
Como artista, fue parte de la discusión sobre cómo se iba a construir el país, si íbamos a mirar hacia Europa, someternos a sus mandatos e imitar sus modelos, o íbamos a construir una sociedad con identidad, características y decisiones propias. Su arte es un reflejo de ese conflicto y su resolución: Velasco aprendió del arte europeo, pero se apropió de la riqueza natural y cultural de nuestro territorio, para transformarlo, a través de su arte, en una identidad geográfica y cultural muy mexicana.
El final de una vida dedicada a la pintura
En 1902, tras sufrir un infarto, Velasco dejó su cátedra en la Academia de San Carlos y se dedicó a pintar en su casa en la Villa de Guadalupe. Durante una década, y a pesar de su edad, su producción artística siguió siendo abundante, aunque la atención que la esfera artística le brindaba era muy poca.
El 26 de agosto de 1912 falleció en su estudio mientras pintaba, lo encontraron pincel en mano, como descansando después de una larga jornada de trabajo. En su momento, su fallecimiento pasó casi desapercibido, pero al día de hoy, su trabajo es reconocido y apreciado como un tesoro nacional.
El árbol caído, 1910
Arte en nuestra ciudad
CDMX
Autorretrato, José María Velasco, 1877
Autorretrato, Eugenio Landesio, 1873
Los grandes ahuehuetes de Chapultepec, 1872
En esta obra, Velasco se retrata junto a sus maestros Landesio y Redbull.
Profesor de grandes artistas
Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros fueron algunos de su alumnos en la Academia de San Carlos.
Rivera fue un gran admirador de Velasco y lo veía como un artista capaz de construir un mundo propio a través de sus pinturas.
Oceano Atlántico, 1878
Lumen in coelo, 1892
Ahuehuete de la Noche triste, 1885
Puente de la barranca del muerto, 1898
Lomas de Tacubaya, 1871
Pirámide del sol en Teotihuacán, 1878
Reconocimientos
- Medalla de oro en la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1874 y 1876.
- Medalla en la Exposición Internacional de Filadelfia en 1876.
- Una Medalla en la Exposición Universal en París de 1889.
- Premio por la Academia Nacional de México en 1878.
- Medalla de oro en el Centenario de Colón en 1893 en Madrid, España.
- Medalla de la Exposición de Bellas Artes en Puebla en 1900.
Además, el 8 de enero de 1943, toda su obra fue declarada Monumento histórico, con lo que todo su legado artístico se convirtió en un bien de la Nación.
Museos con obras de Velasco
Museo Nacional de Arte
Museo del Instituto de Geología de la UNAM
Museo del Paisaje
Toluca